En junio de 2013 el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, nominó a James Comey para relevar a Robert Mueller al frente de la Agencia Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés). Comey, un jurista republicano, había trabajado como segundo del Departamento de Justicia durante la administración de George W. Bush y había ejercido de fiscal en Chicago, Richmond y Nueva York.
Y gracias a esas credenciales y la independencia demostrada a lo largo de su carrera, el Senado lo reafirmó en el cargo con 93 votos a favor y solo uno en contra.
Pero ese voto casi unánime contrasta ahora con la división que acaba de suscitar con la última de sus decisiones.
El viernes, a 11 días de las elecciones presidenciales de EE.UU., Comey anunció la reapertura de la investigación sobre el servidor privado para correos electrónicos que la candidata demócrata, Hillary
En una carta dirigida al Congreso, Comey informó que durante una investigación a la expareja de una asesora de Clinton la agencia había encontrado nuevos correos "pertinentes" para saber si la candidata demócrata puso en peligro la seguridad nacional cuando era secretaria de Estado.

Ni los demócratas en censurarlo y en mostrar su rechazo a una carta "llena de insinuaciones y vacía de datos".
El líder del grupo en el Senado, Harry Reid, llegó a decir que Comey pudo haber violado la ley al revelar que el FBI estaba investigando a Clinton.
En concreto, lo acusó de quebrantar una ley que prohíbe a funcionarios usar su posición para influir en una elección.
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Ya lo hizo en marzo de 2004, cuando era el número dos del Departamento de Justicia de EE.UU.

Pero Comey, quien entonces ejercía las funciones del fiscal general John Ashcroft mientras éste era sometido a una intervención quirúrgica, consideraba que el programa era anticonstitucional.
Así que Andrew Card y Alberto Gonzales, quienes trabajaban con Bush en la Casa Blanca, visitaron a Ashcroft en el hospital con el objetivo de hacerle firmar un documento que autorizara su extensión, sabiendo que Comey se negaría a hacerlo.
Al enterarse, Comey corrió al centro de salud.

Ante esto, Comey amenazó con dimitir y sólo se echó atrás cuando Bush se comprometió a hacer cambios al programa que pretendía extender.
Pero su nombre no sólo resonó durante aquél revelador episodio en el que hizo gala de su espíritu independiente.
También lo hizo durante sus años en Nueva York, cuando procesó por estafa a la famosa presentadora Martha Steward, encausó a un miembro del clan mafioso de los Gambino o investigó por fraude a varias firmas de Wall Street.
Asimismo, en varias ocasiones el apellido Clinton se vio envuelto en sus indagaciones.

Y cuando trabajaba a las órdenes del entonces fiscal Rudy Giuliani procesó por evasión fiscal al millonario Marc Rich, quien se había beneficiado de una gracia que le concedió Bill Clinton cuando era presidente.
El caso era espinoso, ya que tanto Rich como otros indultados habían donado dinero a la biblioteca presidencial de Bill Clinton y a la campaña al Senado de su mujer.
Ahora, con su decisión de reabrir el caso de los correos electrónicos, Comey ha puesto en jaque las aspiraciones de la heredera natural de quien en su día lo nombró para el cargo que ahora ostenta.
Y ha sacudido la campaña a poco más de una semana de la cita electoral.
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